Me acuerdo
perfectamente esa noche de terror mientras tratábamos de adivinar el desenlace
de la toma de rehenes en la sucursal del Banco Nación de la ciudad de Ramallo.
Yo tenía un bebé
de seis meses y cuando se despertó a la madrugada para prenderse del pecho,
recordé la última imagen que tenía sobre éste fallido intento de asalto con
toma de rehenes y prendí la tele. Ya estaba desvelada y tenía curiosidad.
Ramallo, una pequeña
ciudad al norte de la provincia de Buenos Aires que se encuentra sobre las
barrancas del río Paraná, vivía la peor pesadilla de su historia policial, el
asalto había salido mal y el gerente del banco su mujer y el contador
convivieron casi 20 horas con los ladrones que de feroces tenían poco y de
inexpertos tenían mucho.
Recuerdo que en
algún momento de la noche, algunos periodistas de los más encumbrados de la
tele actuaban como mediadores, mientras los ladrones sólo querían las claves de
la bóveda para sacar el dinero y retirarse. Claramente sabían que eso no
sucedería y por un momento estaban los delincuentes y el matrimonio junto al
contador cenando todos juntos en una mesa, sin luz y sin esperanzas.
El final de ésta
historia es de lo más conmovedora. En un momento de la madrugada decidieron
poner punto final a la odisea y salieron del banco con los rehenes, tiros van
tiros vienen, policías corriendo, policías disparando y un saldo aterrador: el
gerente asesinado, el contador del banco también y Flora Lacave, pobre Flora
viendo como su marido con una granada al cuello se desplomaba sobre ella dentro
de ese auto maldito.
En éste país
pasan cosas como éstas.
Trágicas,
increíbles, dolorosas, traumáticas y tristes.
Hoy, 25 años
después, la Corte Suprema condenó a la provincia de Buenos Aires a indemnizar
con más de 400 millones de pesos más intereses a la viuda del gerente. Flora
nunca más pudo sonreir, le sigue doliendo el cuerpo y el alma desde aquel día
en que había amanecido como un día normal y terminó con el peor de los
resultados.
Extraña a su
marido, dice. Y hasta se acuerda de todos los rostros de los asaltantes, alguna
que otra sonrisa y la frase letal de uno de ellos cuando un intermediario le
preguntó:
-¿Qué estás
pensando ahora?
-“Que me estoy
comiendo una latita de paté”.
MM - 6-3-2024